3 de diciembre de 2014

Día de la Medicina: Los médicos de nuestras vidas

Como diría una reconocida poeta de tierras latinoamericanas, son tantos, fueron tantos… los médicos de nuestras vidas que la mente puede jugar una mala pasada, al apresar nombres o hechos, en el Día de la medicina latinoamericana porque no son sólo los que nos han atendido a nosotros sino a nuestros familiares o sencillamente que despiertan admiración.
Y es que el médico, a pesar de las nuevas tecnologías (¿hasta dónde nos llevarán?) sigue siendo el brujo de la tribu, el sabio…el que lo sabe todo, aunque a veces se trata de un muchachito o una muchachita que no tienen horas de vuelo suficiente para lidiar con la experiencia y sapiencia acumulada por los otros, los que no somos de ese clan especial que puede curar (o matar) a un ser humano.

Por ejemplo desde hace unas semanas, gracias a Facebook, tengo un amigo, el Doctor Ronal Hernández, que todos los días brinda información sobre su colectivo en Liberia, en la guerra frente al cólera, y a pesar de la tensión del peligro, cada mañana sus amigas tenemos una flor que coloca en ese portal para sus seguidoras.

A Ronald días atrás le hice unas preguntas pero no me las ha podido responder. Entiendo sus circunstancias. Sea este profesional mi primer felicitado de hoy.

Pero ¿cómo no hablar de aquellos hombres y mujeres que me atendieron en mi Holguín natal, Zayas para la garganta, Arés en la locura (de eso se encarga ahora un Ares, sin acento), García Sánchez en el corazón y muchos más…?.

La Habana, esta ciudad que considero tan mía como si en ella hubiera nacido, me trajo otros médicos: Llerena para mi papá, Nordé que lidió con mi hermana antes que Barrera la heredara; el mismo que me sigue desde hace 35 años, la Dorantes que trató de conjurar mi arritmia; a Lizzy, Jorge, Nelson, Katia médicos de familia y Moura -¿puedo olvidarla al lado de mi madre mientras la despedía de la tierra, con ella en mis brazos? Y Lissete, una geriatra espectacular.

No nombrar aquí a mis hermanos Sastrique y Xonia, sería un sacrilegio, de igual forma actuaría si no recordara a Mayra y Emilito, los útiles consejos y correos humorísticos de Nery, la calma de Daymela, el estar ahí, cuando hizo falta, de Moreno del Toro, la sapiencia y la buena charla de Sainz, la dulzura de Anibal, de Yanela, de Axel, el comportamiento de Nafeh, de Copo, de Norlan y de tantos otros y otras que han mejorado mi calidad de vida o la de mis familiares y amigos.

¿Qué dirían quienes me conocen si aquí no apareciera Paredes el cirujano, un poco mago, que hizo que mi hermana viviera mejor un montón de tiempo, y ahora, el 17 de diciembre, se cumplirán cuatro años de que colocó una válvula mitral en mi pecho con tanta certeza que parece estar puesta de ayer?. Pero junto a él no puedo olvidar a Aida, Jacqueline, María del Carmen, Susana, Juanita, Jose, Maylin, Cecilia, Milagros, Lisbette, Amaury, Valiente, Ileana y muchos más médicos, enfermeras, técnicos, secretarias, que han tenido que ver conmigo en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, ICCCV.

No hablo sólo en mi nombre. Sé que mis amigos el Guille Vilar y Raúl Pérez Ureta, me recriminan en este instante por dejar fuera a alguien y sucede igual con miles de personas que desconozco y hoy pueden tener un recuerdo, por ejemplo de Nery, en Las Villas; o de Barrera en Camagüey; o de Katia en Paraguay.Pero como soy la autora y responsable total de estas líneas quiero detenerme en el Doctor Roberto Núñez Fernández, especialista de primer grado en cirugía cardiovascular, asistente de Paredes, durante mi operación y un joven cirujano que tiene un porvenir dentro de esta compleja disciplina.

Nunca he escrito de él, ni lo he entrevistado tal vez por su modestia visceral y también por su juventud. Robertico –así le dicen en el Instituto- me cuenta que “soy médico de alma. Nadie me inculcó que escogiera esa carrera, nació conmigo y si me muero y vuelvo a nacer, vuelvo a ser médico”.

Incluso ratificando esta afirmación corre lo que le cuenta su mamá “Dice que cuando era muy chiquito le dije que voy a ser médico para operar corazones.” La familia guarda la anécdota de un camión de juguete que le regalaron y en un santiamén lo desbarató. “Para ver las tripas” dijo cuando le preguntaron el por qué del destrozo.

Como realizó el servicio social en las FAR, concursó y obtuvo la especialidad de cirugía general en el Instituto de Medicina Militar Dr Luis Díaz Soto, centro en el que trabajó hasta el 2006 cuando comenzó a formarse para operar el corazón.

Para Robertico, el Dr Angel Paredes Cordero es su profe: “con él aprendí y aprendo, aunque la consulta la he hecho con el Dr Julio Taín. Heredé sus pacientes, él sigue yendo a verlos con sus 84 años”.

Durante los cinco años de reparación del ICCCV se operaba en el hospital Hermanos Ameijeiras. Allí tuvo también de profesor, entre otros profesionales al Dr Manuel Nafeh Abi-Rezk; y en el 2007 realizó su primera operación completa: “puse una válvula mitral, el paciente vive en Matanzas”.

“Una de las cosas que disfruto con el Dr Taín –dice Robertico- es que le pregunta a sus pacientes ¿y tú cuántos años llevas de operado?, y cuando dicen más de treinta años, se vira y me dice sonriendo “toda una vida”. Realmente cuando ves pasar el tiempo, sientes una gran satisfacción de que el resultado de tu trabajo no fue en vano.”

Le pregunto lo que siente por un desenlace fatal y me habla de un caso reciente “un muchacho de 23 años, hice una sustitución valvular aortica y todo salió bien. Pero el paciente tenía sólo un riñón, que se le afectó y murió en la hemodiálisis”

A este joven cirujano que le hubiera gustado operar niños y niñas lo marcó una escena de la que fue testigo: la lágrima del avezado profesional al que se le había muerto un niño de meses de nacido. “Hasta ayer jugué con él en la sala”, le dijo y le confesó que resultaba duro. Hoy Robertico no está muy seguro de querer ser un cirujano pediatra.

Lector, amante de la música clásica, habanero de pura cepa, que hizo su carrera del 91 al 97, trasladándose en bicicleta o botella, me habla de Thiago Samuel su hijo de cuatro años que tiene “papitos” según sus palabras, de Lily, su esposa y compañera profesional, y me responde ante una pregunta: “¿Irme de aquí? He estudiado tanto, me ha costado tanto sacrificio que en cualquier lugar sería empezar de cero. Quizás gane dinero, pero no voy a operar corazones. Recuerda que lo quería hacer desde que era un niño”.

Y ahora, lector o lectora, envíale con tu comentario un mensaje a tus médicos desde aquí. Para ellas y ellos, aunque no los conozca, va también mi felicitación.

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