Por: Ernesto Che Guevara
Publicado en revista Verde Olivo, 12 de febrero de 1961
Las revoluciones, transformaciones sociales radicales y aceleradas, hechas de las circunstancias; no siempre, o casi nunca, o quizás nunca, maduradas y previstas científicamente en sus detalles; hechas de las pasiones, de la improvisación de los hombres en su lucha por las reivindicaciones sociales, no son nunca perfectas. La nuestra tampoco lo fue. Cometió errores y algunos de esos errores se pagan caros. Hoy se nos muestra la evidencia de otro, que no ha tenido repercusión, pero que demuestra cómo es muy cierto el lenguaje popular cuando expresa una vez que “la cabra tira al monte”y otra, que “Dios los hace y ellos se juntan”.
Cuando las tropas de la invasión, doloridas, con los pies llagados, ensangrentados y ulcerados por las afecciones provocadas por los hongos, manteniendo indemnes solamente la fe, después de cuarenta y cinco días de camino llegaron a las estribaciones del Escambray, fueron alcanzadas por una carta insólita. Era firmada por el comandante Carrera y en ella se prevenía a la columna del Ejército Revolucionario por mí comandada, que no podía subir al Escambray sin aclarar bien a qué iba y que, antes de subir, debía detenerme para explicárselo. ¡Detenernos en las zonas de llanos, en las condiciones en que íbamos, y amenazados de cerco todos los días, del cual podíamos escapar sólo por nuestra rapidez de movimiento! Esa fue la esencia de una larga e insolente carta. Seguimos adelante, extrañados, lastimados porque no esperábamos eso de quienes se decían nuestros compañeros de lucha, pero decididos a solucionar cualquier problema cumpliendo las órdenes expresas del Comandante en Jefe Fidel Castro ordenando claramente trabajar para lograr la unidad de todos los combatientes. Llegamos al Escambray y acampamos cerca del pico denominado Del Obispo, que se ve de la ciudad de Sancti Spíritus y tiene una cruz en su cima. Allí pudimos establecer nuestro primer campamento e inmediatamente indagamos por una casa donde debía esperarnos uno de los artículos más preciados del guerrillero: los zapatos. No había zapatos; se los habían llevado las fuerzas del Segundo Frente del Escambray, a pesar de que habían sido logrados por la organización del 26 de julio. Todo amenazaba tormenta; sin embargo, logramos mantenernos serenos, conversar con algún capitán, del que luego nos enteramos que habían asesinado cuatro combatientes del pueblo que quisieron ir a ocupar su lugar en las filas revolucionarias del 26 de Julio abandonando el Segundo Frente, y tuvimos una entrevista, inamistosa pero no borrascosa, con el Comandante Carrera. Este había ingerido ya la mitad de una botella de licor, que era también aproximadamente la mitad de su cuota diaria. Personalmente no fue tan grosero como en su misiva de días anteriores, pero se adivinaba un enemigo.
Después conocimos al Comandante Peña, famoso en la región por sus correrías detrás de las vacas de los campesinos que nos prohibió enfáticamente atacar Güinía de Miranda porque el pueblo pertenecía a su zona; al argumentarle que la zona era de todos, que había que luchar y que nosotros teníamos más y mejores armas y más experiencia, nos dijo simplemente que nuestra bazooka era balanceada por 200 escopetas y 200 escopetas hacían el mismo agujero que una bazooka. Terminante. Güinía de Miranda estaba destinada a ser tomada por el Segundo Frente y no podíamos atacar. Naturalmente que no hicimos caso; pero sabíamos que estábamos frente a peligrosos “aliados”.
Tras de muchas depredaciones, muy largas de contar, donde nuestra paciencia fue puesta a prueba infinitas veces y donde aguantamos más de lo debido, según la justa crítica del compañero Fidel, se llegó a un “statu quo” donde se nos permitía hacer la Reforma Agraria en toda la zona perteneciente al Segundo Frente siempre y cuando se les permitiera a ellos cobrar tributos. ¡Cobrar tributos, la palabra de orden!
La historia es larga. Nosotros ocupamos en una lucha sangrienta y continua las principales ciudades del país y contamos con buenos aliados en el Directorio Revolucionario, cuyos hombres, en menor número y también de menor experiencia, hicieron todo lo posible por coadyuvar a nuestro éxito común. El primero de enero el mando revolucionario exigía que todas las tropas combatientes se pusieran bajo mis órdenes en santa Clara. El Segundo Frente Nacional del Escambray, por boca de su jefe Gutiérrez Menoyo, inmediatamente se ponía a mis órdenes. No había problema ninguno. Dimos entonces la instrucción de que nos esperaran porque teníamos que arreglar los asuntos civiles de la primera gran ciudad conquistada.
En aquellos días era difícil controlar las cosas y cuando caímos en cuenta el segundo Frente, detrás de Camilo Cienfuegos, había entrado “heroicamente”en La Habana. Pensamos que podía ser alguna maniobra para tratar de hacerse fuertes, de tomar algo, de impulsar alguna cosa. Ya lo conocíamos, pero cada día los conocíamos más. Ellos tomaron efectivamente las posiciones estratégicas más importantes, para su mentalidad… A los pocos días llegaba la primera cuenta del Hotel Capri, firmaba Fleitas; $15.000 en comida y bebida para un reducido número de aprovechados.
Cuando llegó la hora de los grados, casi un centenar de capitanes y un buen número de comandantes aspiraban a las canonjías estatales, además de un gran “selecto” núcleo de hombres presentados por los inseparables Menoyo y Fleitas, que aspiraban a toda una serie de cargos en el aparato estatal. No eran cargos extremadamente remunerados; todos tenían una característica: eran los puestos donde se robaba en la administración prerrevolucionaria. Los inspectores de Hacienda, los recaudadores de impuestos, todos los lugares donde el dinero caminaba y pasaba por sus ávidos dedos, eran el fruto de sus aspiraciones. Esa era parte del Ejército Rebelde con la que debíamos convivir.
Desde los primeros días se plantearon divergencias serias que culminaron a veces en cambios de palabras violentos; pero siempre nuestra aparente cordura revolucionaria primaba y cedíamos en bien de la unidad. Manteníamos el principio. No permitíamos robar ni dábamos puestos claves a quienes sabíamos aspirantes a traidores; pero no los eliminábamos, contemporizábamos, todo en beneficio de una unidad que no estaba totalmente comprendida. Ese fue un pecado de la Revolución.
El mismo pecado que hizo pagarle suculentos sueldos a los Barquín, a los Felipe Pazos, a las Teté Casuso y a tantos y tantos botelleros internos y externos que la Revolución mantenía eludiendo el conflicto, tratando de comprar su silencio con un tácito entendimiento entre un sueldo que era ya una botella y un gobierno que ellos esperaban el momento para traicionar. Pero el enemigo tiene más dinero y más medios de sobornar a la gente. Al fin y al cabo, ¿qué podíamos ofrecer a un Fleitas o a un Menoyo sino un puesto de trabajo y de sacrificio?
Ellos, que vivieron el cuento de una lucha que no hicieron, embaucando a la gente, buscando puestos, tratando siempre de acercarse a los lugares donde el dinero estaba a flor de tierra, “empujando”en todos los gabinetes ministeriales, despreciados por todos los revolucionarios puros, pero admitidos, aunque a regañadientes, eran un insulto a nuestra conciencia de revolucionarios. Constantemente con su presencia nos mostraban nuestro pecado; el pecado de la transigencia frente a la falta de espíritu revolucionario, frente al traidor en potencia o de hecho frente al débil de espíritu, al cobarde, al ladrón, al “comevaca”.
Nuestra conciencia se ha limpiado porque se han ido todos juntos, los que Dios los hizo, en unos barquitos, hacia Miami. Muchas gracias, “comevacas” de Segundo Frente. Muchas gracias por aliviarnos de la presencia execrable de los comandantes de dedo, de los capitanes de mentirillas, de los héroes que desconocen el rigor de las campañas, pero no el abrigo fácil de las casas campesinas. Muchas gracias por darnos esta lección, por demostrarnos que no se puede comprar conciencias con la dádiva revolucionaria, que es exigua y exigente para con todos, por demostrarnos que tenemos que inflexibles frente al error, la debilidad, el dolor, la mala fe de cualquiera y levantarnos y denunciar y castigar en cualquier lugar en que asome algún vicio que vaya contra los altos postulados de la Revolución.
Que el ejemplo del Segundo Frente, que el ejemplo de nuestro querido y buen amigo, el ex ladrón Prío, nos llame a la realidad. Que no nos cueste llamarle ladrón al ladrón, porque nosotros mismos, en honor a lo que bautizamos cómodamente como”táctica revolucionaria”, le llamamos “ex Presidente”al ladrón, en tiempos en que el “ex Presidente” no nos llamaba como ahora, “comunistas despreciables”, sino como salvadores de Cuba.
El ladrón es ladrón y se morirá ladrón. Por lo memos, el ladrón de altura; no el que en algunos países, desesperados, tiene que quitar una migaja para dar de comer a sus hijos. Éste, el que roba para lograr mujeres y drogas o licores, para lograr la satisfacción de los bajos instintos que lo animan, será ladrón toda su vida.
Allá están juntos los que golpean nuestra conciencia, los Felipe Pazos, que venden su honestidad como una alta moneda para ponerla al frente de las “serias”instituciones; los Rufo López o Justo Carrillos, que dan su saltico para acomodarse a la situación y buscar un peldaño más; los Miró Cardona, optimistas eternos; los ladrones irremediables, complicados en asesinatos del pueblo, los “comevacas”cuyas “hazañas de produjeran entre la masa campesina que asesinaron en la zona del Escambray, sembrando un terror más grande que el de los propios guardias. Ellos son nuestra conciencia. Ellos nos dicen nuestro pecado, un pecado de la Revolución, el que no debe repetirse, el de la enseñanza que debemos aprender.
La conducta revolucionaria es espejo de la fe revolucionaria y cuando alguien se dice revolucionario no se conduce como tal, no puede ser más que un desfachatado. Estréchense en los mismos brazos, Venturas y Tony Varona que tanto pelean entre sí, Príos y Batistas, Gutiérrez Menoyo y Sánchez Mosqueras; asesinos que mataban para satisfacer algún deseo inmediato, en nombre de su codicia y asesinos que mataban para saciar una codicia, en nombre de la libertad; ladrones y vendedores de honradez, oportunistas de toda laya, candidatos a la presidencia… bonito conjunto.
¡Cuánto nos han enseñado! Muchas gracias!
30 de marzo de 2010
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