Hace 65 años, un 9 de mayo de 1945, el mando militar alemán, derrotado en la batalla de Berlín, firmó la capitulación que puso virtualmente fin a la Segunda Guerra Mundial. La foto muestra y nos recuerda al generalazo de la Wehrmacht con rostros adustos suscribiendo un documento ante los Mariscales Soviéticos.
Días antes, en las primeras horas del 30 de abril -en medio de una ciudad derruida-, una patrulla militar soviética había izado la bandera roja con la Hoz y el Martillo en el principal edificio germano -el Reichstag- que sobrevivía a la hecatombe.
Se hizo tangible así la victoria del Ejército Rojo sobre las huestes hitlerianas, luego de 1,418 días y noches de combate.
Ante el asombro del mundo, cayó entonces por los suelos el Imperio Nazi, que apenas doce años antes -en enero de 1933- se había aupado en el Poder de la vieja Alemania, y había prometido al mundo “un milenio de dominio pardo”.
Hoy, los grandes medios de comunicación han olvidado esta hazaña. Casi ninguno se ha referido a ella porque los intereses que defienden, no fueron los que triunfaron en la contienda. En buena medida, ellos también resultaron derrotados porque la quiebra del poder abatido implicó el fracaso completo de la estrategia imperialista, empeñada en destruir a la URSS a cualquier precio.
Su silencio nos confirma la idea de que, finalmente, la victoria de mayo del 45 no fue “un triunfo de todos” -como se suele decir- sino el resultado de una victoria heroica de quienes entregaron sus vidas defendiendo a la especie humana de la barbarie, y afirmando el rumbo de un orden socialista, más humano y más justo.
En nuestro tiempo los panegiristas del Gran Capital, no se ponen de acuerdo. Unos sostienen, en efecto, que es mejor “olvidar el pasado” y “mirar hacia delante”, como si la historia no hubiera ocurrido nunca. Otros sostienen, en cambio, que sí hay que voltear los ojos, pero no para recordar, sino para escribir la historia con otros signos.
Buscan presentar, entonces, la idea de que la derrota de Alemania en la II Guerra, fue consecuencia de la participación de las potencias capitalistas, lideradas por los Estados Unidos.
En el fondo, olvidar toda la historia resulta casi igual que distorsionarla. Y es que, finalmente, los Poderosos creen que los pueblos terminarán por creer en ellos si repiten lo mismo obcecadamente. Es decir, si ocultan el papel de la URSS, y si se atribuyen sin rubor una victoria que no les pertenece.
Al tiempo que ha ideado esa manera de ver los hechos, la clase dominante -y sus medios de comunicación- han revitalizado la ofensiva mundial contra el socialismo. Piensan que como no existe ya la Patria Soviética, los pueblos no tendrán la fuerza suficiente para expresar su verdad.
Hay que demostrarles que, en el tema, se equivocan por completo. Como en su momento la Comuna de Paris, ahora la Rusia Soviética habrá desaparecido. Pero la verdad se levanta como una columna imbatible ante los ojos de los pueblos.
El nazi fascismo surgió en el mundo después de la Primera Gran Guerra, cuando luego de la crisis europea y de la experiencia victoriosa de la Revolución Rusa, la Clase Dominante vio peligrar su hegemonía.
A los sucesos de octubre de 1917 en el viejo país de los Zares, y al advenimiento de un orden social nuevo surgió en diversos confines del planeta lo que se conoció como “la ola revolucionaria de los años 20”.
Recordemos tan solo la Insurrección de Vladaya en, la Revolución de Finlandia, que permitió el ascenso al Poder de los trabajadores liderados por Otto Kussinen, la victoria de Bela Kun en Hungría y el establecimiento efímero de un régimen revolucionario en el país de los Crisantemos, el surgimiento efímero de la República Soviética de Baviera en 1918; unidas a las grandes luchas del proletariado mundial en Francia, Italia, Inglaterra, Egipto, La India y China. A ellas luchas, sumemos la huelga de los 370 mil fundidores de acero en los Estados Unidos y las grandes acciones del proletariado latinoamericano que emergió precisamente en ese periodo sembrando las semillas que se cosechan hoy.
Para detener a sangre y fuego el ascenso revolucionario de los pueblos fue que el Gran Capital engendró -como Metistófeles en el laboratorio del Dr. Fausto- a esos monstruos que pusieron al mundo al borde su destrucción.
Benito Mussolini y Adolfo Hitler fueron, en efecto, creación directa de los monopolios, empeñados en un esfuerzo desesperado por salvar la cadena de dominación imperial, e impedir la expansión del socialismo en el mundo.
Las grandes potencias capitalistas incubaron siempre la idea de que los gobernantes de Roma y Berlín las sacaran las castañas del fuego y pusieran a buen recaudo el modelo de dominación occidental que tantos beneficios produjo al Capital Financiero.
Le permitieron así a la Alemania Nazi y a la Italia Fascista apoderarse sin resistencia alguna de toda Europa, y alentaron a las camarillas gobernantes en Berlín y Roma para que enfilaran sus baterías contra el país soviético en procura de enterrar de una vez, y para siempre, la victoriosa experiencia del socialismo.
Una a una entregaron las burguesías europeas a sus países a la voracidad implacable del Nazi-Fascismo, y así cayó Praga en 1939, Varsovia en 1939, Paris en 1940 y virtualmente todas las capitales de Europa en los mismos años. Los agresores se apoderaron de Holanda, Noruega, Grecia, Yugoslavia, Holanda y Bélgica ante la pasividad de las potencias occidentales
Y cuando en junio de 1941 las hordas nazis irrumpieron en territorio soviético en dirección a Leningrado, Moscú y Stalingrado, ellas se cruzaron de brazos, a la espera de los resultados de su política de “neutralidad” e indiferencia.
Sólo cuando el ejército alemán fue echado de las puertas de Moscú, cuando la Unión Soviética logró quebrar -después de heroica resistencia- el Cerco a Leningrado y el Ejército Rojo pudo derrotar categóricamente al invasor en Stalingrado - febrero de 1943- las llamadas “potencias aliadas” pensaron en la posibilidad de intervenir en la guerra. Y fue apenas el 6 de junio de 1944 cuando, luego del desembarco de Normandía, el ejército de los Estados Unidos y las tropas inglesas se desplegaron en suelo europeo.
Fue en esa circunstancia que los dirigentes de las potencias capitalistas miraron a la Unión Soviética con una extraña mezcla de admiración y pánico. Aun se recuerda que fue precisamente Winston Churchill quien en carta dirigida a Stalin el 27 de septiembre de ese año no pudo omitir el hecho que “fue el ejército ruso el que destripó la máquina militar alemana y resiste hoy en su Frente el empuje de fuerzas enemigas muy superiores”.
Años más tarde, en 1946, el propio Churchill llamaría otra vez a las potencias capitalistas a cerrar filas contra la URSS levantando -para aislar a la URSS- el tristemente célebre “telón de acero” que la prensa occidental atribuyó sin vergüenza alguna a la Unión Soviética.
Las cifras oficiales hablan de 20 millones de muertos que la URSS aportó al mundo en los años de la Gran Guerra. El país sufrió la destrucción física de casi ¾ partes de su infraestructura y capacidad productiva, y registró enormes pérdidas en los más diversos órdenes; pero resistió a pie firma y condujo al mundo a la victoria. Aunque lo objeten por otras razones, ni siquiera los líderes occidentales pudieron negar en su momento el papel de Stalin en la gran victoria de la humanidad en el marco de esta horrenda conflagración.
Hoy, cuando la URSS ya no existe, es deber de los pueblos reivindicar la historia y reconocer que si la Unión Soviética no hubiese salvado al mundo de la barbarie, todos los pueblos habrían sido esclavizados y diezmados sin piedad.
Si los grandes medios no quieren reconocer esta epopeya de la historia, los pueblos deben revindicar como esa victoria como suya. Al fin y al cabo, ella nos pertenece.
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ResponderBorrarKeep on posting!
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