En más de 50 años no ha habido en Estados Unidos un escándalo militar de semejante envergadura. El pasado 23 de junio, el Presidente de EEUU, Barack Obama, destituyó al Comandante de las Fuerzas de la OTAN en Afganistán, al General Stanley McChrystal que había sido designado para el cargo hacía casi un año.
En ese momento se pusieron grandes esperanzas en el general, un destacado militar y un experimentado estratega muy popular entre sus soldados. En McChrystal se veía a la persona que sabía lo que había que hacer en Afganistán y, lo que es más importante, la forma en la que había que hacerlo. Hay que recordar que fue McChrystal el que diseñó la estrategia estadounidense en Afganistán, destinada a acabar con el poder de los talibanes, fortalecer la posición del gobierno civil, entregar el control de la seguridad en el país al ejército afgano y preparar el terreno para la retirada de las tropas estadounidenses que se producirá a mediados del 2011.
No es la primera vez que el presidente de EEUU releva a un alto cargo militar de la dirección de las tropas en esta región. Los generales destituidos han pecado de cosas diversas: críticas a la administración de EE.UU., ofensas y desplantes a las tropas aliadas, fracasos militares y errores personales. No obstante, nunca se habían mezclado casi todas las infracciones arriba mencionadas con insultos directos al presidente y a otros altos cargos de su país. La cosa fue tan lejos que, una vez acabada su última reunión con Barack Obama, a McChrystal ni siquiera se le permitió regresar a Afganistán para recoger sus objetos personales.
No obstante, sería injusto afirmar que el general es el autor de todos los improperios personales y políticos que abundan en el tristemente famoso artículo de la revista "Rolling Stone". Es cierto que insultó al vicepresidente, Joe Biden, al embajador de EEUU en Kabul, Karl Eikenberry, y al enviado especial estadounidense en Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke. Sin embargo, la frase "el Presidente no se entera de lo que está pasando a su alrededor" pertenece a otra persona, a un asesor de McChrystal. La revista "Rolling Stone" con su famosísima entrevista y un artículo, sólo se puso a la venta el día 24 de junio.
Por declaraciones de este tipo no queda otra salida que dimitir. No se trata solamente de una falta de respeto hacia el Presidente, el vicepresidente y hacia toda la cúpula dirigente de los Estados Unidos, a excepción de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, que nunca ha dejado de apoyar a McChrystal; en este caso estamos hablando de dejar en ridículo a Barack Obama y a su entorno.
Estas confidencias podrían ser achacadas a la "difícil vida de soldado", al hastío de la vida diaria, al insoportable calor afgano, a una supuesta enfermedad o a una repentina demencia. Todo esto choca con el perfil del general que es una persona sensata, un militar experimentado y cuidadoso con su carrera. Su cargo tenía una relevancia política y militar, por incluir el contingente en Afganistán a efectivos de 44 países. Es imposible llegar a semejante puesto, sin demostrar, además de capacidad y decisión militar, un alto grado de flexibilidad política. Además, cuesta creer que McChrystal no era consciente de las consecuencias que tendrían sus declaraciones y las de sus asistentes, cuando concedió la entrevista a "Rolling Stone".
Los roces en las relaciones entre los políticos y los militares parecen ser algo habitual y comprensible sólo que, en este caso, el general parece haberse extralimitado. Todo parece indicar que McChrystal considera que la guerra en Afganistán no tiene sentido. Una guerra dirigida por unos políticos que no tienen ni idea de la situación real en el país, ni de las medidas que deberían tomarse. Por este motivo ha decidido emprender la última ofensiva. Algo muy parecido ocurrió durante la primera guerra en Chechenia, cuando los mandos militares se sentían perdidos y desesperados al no poder entender la razón de las acciones bélicas, ni de la necesidad de parar la ofensiva "minutos antes de la victoria", ni tampoco de retomarla cuando el fracaso era inminente y claro.
La conducta de McChrystal parece haber liberado al "genio de la guerra en Afganistán"; es decir, ha puesto de manifiesto las rencillas y pequeñas escaramuzas que se libran dentro de la Administración de Estados Unidos y que le quitan el sentido a la campaña en Afganistán. Los militares y los civiles ven la situación de maneras bien distintas.
Afganistán hace tiempo ya que ha dejado de ser "la guerra de Bush" para convertirse en la "guerra de Obama", quien, aconsejado por McChrystal, aumentó en 30.000 soldados el contingente estadounidense en Afganistán. En opinión de McChrystal, lo más importante era aplastar a los talibanes. Los asesores políticos de Obama enfocaban la situación en Afganistán a través del prisma de su rentabilidad política para el Presidente.
No es ningún secreto que la guerra en Afganistán se está perdiendo, lo que en gran medida se debe a las discordias políticas y al apoyo al Gobierno de Hamid Karzai, el más corrupto en toda la historia del país. Lo que no está claro, es cómo salir de este atolladero.
Como sucesor de McChrystal ha sido nombrado David Petraeus, actual Jefe del Comando Central del Ejército de EE.UU., que supervisa las operaciones militares y estrategias estadounidenses a través de los países europeos, el Oriente Medio y África.
Anteriormente Petraeus había estado al mando del contingente multinacional en Irak, habiendo obtenido éxitos importantes en la represión de la resistencia iraquí. Su prestigio es tal, que hay quienes vaticinan su candidatura para futuras elecciones presidenciales en Estados Unidos. No obstante, le costará mucho trabajo triunfar en Afganistán, que ya ha arruinado la carrera de dos generales: la de McChrystal y la de su antecesor, David McKernan. Resulta evidente que el año que viene no se podrá proceder a la retirada a gran escala de las tropas estadounidenses sin provocar en el país una sangrienta guerra. Por este motivo, Petraeus parece estar condenado al fracaso. Es posible que Obama, con perspectiva electoral, haya querido deshacerse de un rival potencial.
La destitución de McChrystal, a propósito, podría hacer perder mucho dinero a Rusia. Precisamente bajo el mando del General, Estados Unidos había empezado a comprar para las jóvenes Fuerzas Aéreas afganas helicópteros de transporte rusos, Mi-17. A día de hoy, el Pentágono ha comprado o reparado completamente 31 de estos aparatos, aportando a las arcas rusas unos 650 millones de dólares. Para el año que viene estaba prevista la compra de otros 10 helicópteros y, entre 10 y 15 habían de ser comprados a lo largo de los próximos años. Aconsejado por los militares, el Pentágono tenía planeado comprar una cantidad semejante para Irak. No obstante, ya se está comentando en el Congreso que los militares en Afganistán -léase McChrystal- habían propuesto la compra de los helicópteros rusos, sin haber hecho siquiera un estudio de mercado ni convocado concursos públicos. Los expertos aéreos en Afganistán aseguran que la compra del equipo ruso se debe únicamente a la seguridad de su funcionamiento y al hecho de que los pilotos afganos tienen dificultades para pilotar helicópteros americanos. Sin embargo, a partir de ahora, este asunto podría volver a considerarse.
Todo parece indicar que la destitución de McChrystal va a tener mucha repercusión. La destitución de jefes militares con tanta frecuencia, no es un buen presagio.
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