12 de agosto de 2010

EL BUEN PATRÓN

A Pedro no le alcanzará la vida para agradecerle a Don Vicente Mendoza, su patrón, lo bueno que ha sido con él. A sus 65 años no ha conocido otros patrones que los dones de la familia Mendoza, quienes desde niño aceptaron que trabajara abnegadamente para ellos al igual que su padre y el padre de su padre.
Algunos malintencionados envidiosos llegaron a decir que Don Vicente era el culpable de las enfermedades que Pedro sufría por las duras jornadas de trabajo que le tocaba realizar a diario y además se atrevieron a acusarlo por la muerte de Marcelina, la esposa de Pedro y de los dos únicos hijos que tuvieron, ya que Pedro no pudo comprarle las medicinas que necesitaban por lo poco que le pagaba; pero Pedro sabía muy bien que Don Vicente no lo hacia con mala intención, él le pagaba lo justo, además le dejó parar un rancho en el rincón de uno de sus potreros sin cobrarle nada. Pedro no podía exigirle más a un hombre tan bueno, que se sacrificaba día a día por mantener en alto el apellido de su familia, una de los más prestigiosos del país.
Ni siquiera el hecho de que Don Vicente le haya pedido que abandonara el ranchito que él mismo había construido con sus manos y esfuerzo, para dárselo a un peón más joven y su esposa hizo que Pedro pensará mal de su patrón. Él entendía que ya no era productivo para su jefe y que no podía convertirse en una carga para este buen hombre, por lo que se fue a vivir arrimado a casa de unos parientes.
Un día Pedro fue a misa y allí vio en primera fila a su ex patrón con su familia, todos muy elegantes y bellos; su corazón se llenó de emoción por verlos prósperos y felices. Esperó que terminara la misa y se paró en la puerta a esperar que pasara don Vicente para saludarlo y una vez que lo tuvo cerca le extendió la mano sonriendo con su boca desdentada; el Don al verlo le puso una moneda en la mano y siguió su camino, no lo reconoció.
Pedro se fue muy triste al ranchito miserable donde vivía hacinado con sus parientes, no podía creer que su querido patrón no lo recordara. Meditaba mientras oía las noticias en un viejo radio que era la única propiedad que le quedó de toda una vida de trabajo.
En el noticiero dijeron que el gobierno había decretado la recuperación de una de las fincas con miles de hectáreas de tierra fértil que Don Vicente tenía “engordando” para vender o esperando que el gobierno le diera un crédito milmillonario para poder así aumentar la fortuna familiar. Pedro no salía de la sorpresa por la terrible injusticia que cometían contra su pobre ex patrón cuando llegó un lujoso carro a la puerta del rancho y se bajó ¡nada menos que Don Vicente! Le dio un abrazo y le pidió que se subiera con él al carro a lo que Pedro accedió emocionado.
En el carro Don Vicente habló sobre la “crueldad del gobierno” y lo triste que estaba su familia por ese atropello e injusticia que contra ellos hacían, advirtiéndole a Pedro que pronto podían también ir contra él, a quitarle su propiedad y dejarlo sin nada. Pedro pensó inmediatamente en su radiecito y en lo triste que sería su vida sin él, por lo que comprendió perfectamente a su ex patrón y se puso en su lugar.
Luego de recorrer un largo trecho llegaron al lugar donde el gobierno estaba procediendo a tomar posesión de la finca, estando presentes un montón de gente vestida de rojo, de los llamados Consejos Comunales del sector. Muchos de los presentes eran amigos y conocidos de Pedro, por lo que se sorprendieron al verlo llegar en ese carro con Don Vicente, y más aún cuando su ex patrón le entregó un cartel para que levantara que decía: “Con mi finca no te metas, yo también soy de la familia Mendoza… Esta historia ¿continuará?

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