23 de agosto de 2010

El Interés Público

Eva Golinger (La Epoca)
La polémica creada por la publicación de 92 mil documentos clasificados del Departamento de Defensa de Estados Unidos por parte de la página web Wikileaks.com ha puesto en el tapete mundial una difícil pregunta: ¿Cómo se determina cuándo el valor público de una información sea más importante que su valor privado?

El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha dicho que su objetivo con publicar los documentos del Pentágono era desenmascarar la brutal verdad sobre el fracaso de la guerra estadounidense en Afganistán. Su publicación, a través de tres periódicos internacionales (New York Times, The Guardian y Der Spiegel) y en Internet, fue justo días antes del debate en el Congreso de Estados Unidos sobre un aumento adicional en el presupuesto para la guerra en Afganistán. Posiblemente Wikileaks tenía la esperanza de poder influir de alguna manera sobre esa decisión crítica del Congreso estadounidense, y sobre el futuro de una guerra impopular.
No obstante, el Congreso procedió a aprobar el presupuesto adicional de 33 mil millones de dólares para la guerra en Afganistán, sin tomar en cuenta o dejarse ser presionado por el escándalo mundial causado por la publicación de los documentos secretos. Si bien es cierto que la mayoría de los legisladores estadounidenses ni siquiera lee las leyes que ellos mismos aprueban o desaprueban, ¿cómo se podría esperar que leerían 92 mil páginas de documentos clasificados?

Como consecuencia de la falta de reacción por parte de los congresistas estadounidenses y el silencio del pueblo estadounidense frente a la información atróz que revelaban los documentos, muchos medios internacionales comenzaban a cambiar el ángulo sobre ésta historia. El enfoque de sus reportajes sobre el tema ya no era el contenido de los documentos, sino cómo fueron obtenidos y quien los divulgó.

El ojo crítico

No hay duda de que los primeros 92 mil documentos publicados por Wikileaks tienen un valor informativo, político y histórico sumamente importante. Casi nunca se ha visto ante la luz pública documentos e informes internos del Ejército estadounidense, sobre sus operaciones de guerra - en tiempo real. Para los investigadores, esta información tiene un valor inmenso y para los activistas anti-guerra, los documentos reafirman el por qué alzan sus voces en contra de la guerra.

Son miles de páginas que evidencian cientos de asesinatos de civiles; torpezas extremas por parte de soldados estadounidenses, o sus contrapartes civiles en Afganistán; ataques sin discreción ni discriminación contra lugares públicos; corrupción de las autoridades afganas apoyadas por Estados Unidos; el uso de drones depredadores para realizar asesinatos selectivos - y las actividades reveladas en los documentos ni siquiera son de las fuerzas especiales estadounidenses, sino son las tropas comunes de combate.

Pero parece que nada de eso importa ante la opinión pública. El Pentágono logró minimizar el contenido de los documentos, diciendo que era “ya información conocida” y que no revelaban “nada nuevo”. Además, el Asesor de Seguridad Nacional de Obama, el General James Jones, declaró que como la mayoría de los documentos publicados por Wikileaks eran del 2004 al 2009, ya no eran relevantes, porque la administración de Obama había “cambiado” la estrategia de la guerra en Afganistán.

Con estos mensajes engañosos, el aparato de operaciones psicológicas de Washington logró reorientar el interés público sobre el tema hacia la figura de Wikileaks y su misterioso fundador, Julian Assange.

El Pentágono lo está cazando, de eso no hay duda. Han dicho públicamente que quieren recuperar todos los documentos obtenidos de manera no autorizada de los archivos de Estados Unidos. Frente al anuncio de Assange, sobre la próxima públicación de 15 mil documentos adicionales, (que supuestamente evidencian hechos aún más graves que los primeros 92 mil), el Pentágono ha emitido amenazas y avisos de captura contra Assange y otros miembros de Wikileaks.

El soldado estadounidense Bradley Manning, quien presuntamente fue responsable por la divulgación de un video interno del ejército estadounidense que demostraba una matanza contra civiles afganas por parte de las fuerzas de Estados Unidos, ya enfrenta hasta 62 años de prisión.

Otro ciudadano de Estados Unidos, Jacob Appelbaum, un trabajador voluntario de Wikileaks, fue detenido por funcionarios estadounidenses el 29 de julio cuando regresaba de un viaje al exterior. Fue interrogado durante tres horas y todos sus equipos electrónicos fueron confiscados por las autoridades estadounidenses.

Es cierto que los documentos salieron de los archivos del Pentágono de una manera no autorizada. Pero ni Wikileaks ni Julian Assange, o los trabajadores de la organización, fueron los responsables. Entonces, ¿deben ellos pagar el precio por un crimen que no cometieron? Además, si su intención fue informar a la opinión pública sobre un asunto de inmensa importancia mundial, ¿deben ser castigados por la justicia estadounidense?

Hace casi cuarenta años, un analista militar en Estados Unidos, Daniel Ellsberg, tomó una decisión de consciencia y divulgó 7 mil documentos clasificados del gobierno estadounidense sobre la guerra en Vietnam. Los “Papeles del Pentágono” evidenciaban que el gobierno de Washington sabía que no podía ganar la guerra en Vietnam, y sabía que la cantidad de muertes era mucho más alta de lo que se había admitido públicamente. Además, los documentos demostraban un profundo cinicismo del gobierno hacia el pueblo estadounidense. El impacto de su publicación fue extraordinario, pero también fue en un momento en que ya una fuerza importante de jóvenes se había movilizada para rechazar la guerra.

En el final, su publicación ayudó traer fin a la guerra en Vietnam. Y aunque el gobierno estadounidense logró prohibir la publicación de esos documentos en los medios estadounidenses por unos días, luego el interés público ganó la batalla, y todos fueron divulgados. Ellsberg comentó, en el momento de su entrega ante la justicia estadounidense, que “Yo sentí como ciudadano estadounidense, como un ciudadano responsable, que no podía cooperar más y ocultar esta información del público estadounidense”. (Aunque fue enjuiciado, los cargos contra Ellsberg fueron luego retirados).

Entonces, si el factor determinante sobre la publicación de una información clasificada, secreta o privada es el interés público, ¿quién lo determina?

Hace unos días en Venezuela fue publicada una imágen gráfica de unos cadáveres en la morga en Caracas. La foto, tomada hace más de 8 meses, fue publicada en primera plana del periódico El Nacional, uno de dos diarios más leídos en el país. El editor del periódico declaró en una entrevista en CNN, que la decisión de publicar la foto esta semana estaba directamente relacionada con la campaña electoral que está en marcha en Venezuela, previa las elecciones legislativas del 26 de septiembre. Admitió, sin escrúpulos, que publicó una foto grotesca para lograr un impacto político y afectar entonces las decisiones de los electores.

¿Es lo mismo que hizo Wikileaks con los documentos sobre la guerra en Afganistán?

Una gran diferencia entre lo que ha hecho Wikileaks y lo que hacen los medios privados en Venezuela, es que Wikileaks no pretende ser otra cosa de lo que es. Wikileaks es un espacio para denunciar y para publicar lo “no publicable”. Ha sido así desde su fundación. No son los responsables por la información que les llegan, son los mensajeros.

Pero El Nacional en Venezuela pretende ser un medio de comunicación, que informa sobre eventos noticiosos. Engaña al público, presentándose como “objetivo” e “independiente” cuando en realidad, utliza su espacio y poder para promover una agenda política.

El debate sobre lo que constituye “el interés público” es tan importante cómo el debate sobre lo que constituye un “medio de comunicación”. Los medios se han convertido en grandes negocios internacionales con un nivel descontrolado de poder e influencia sobre nuestras sociedades. Es hora de dejar de ver a todos los medios y periodistas como entes “objetivas” y “mensajeros de la verdad”, y comenzar a mirar con un ojo crítico a los intereses y agendas poderosas que ellos representan.

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