Míralos, como reptiles,
al acecho de la presa,
negociando en cada mesa
maquillajes de ocasión;
siguen todos los raíles
que conduzcan a la cumbre,
locos porque nos deslumbre
su parásita ambición.
Antes iban de profetas
y ahora el éxito es su meta;
al acecho de la presa,
negociando en cada mesa
maquillajes de ocasión;
siguen todos los raíles
que conduzcan a la cumbre,
locos porque nos deslumbre
su parásita ambición.
Antes iban de profetas
y ahora el éxito es su meta;
Luis Eduardo Aute, La belleza
“Javier Solana (Madrid, 1942) fue ministro de Cultura de 1982 a 1988 y, por tanto, miembro del patronato del museo del Prado. Durante los muchos años que ha ocupado cargos de política exterior de la UE, aprovechaba las pocas horas que pasaba en Madrid para recorrer la exposición temporal del momento. Ayer, el ex ministro se reincorporó al patronato como miembro del cupo de designación directa del Ministerio de Cultura”. La amable nota la publicaba el periódico El País el 25 de febrero de 2010, pareciera a destiempo hablar de ella, pero en vísperas de una posible conflagración nuclear, el retorno triunfal de un criminal de guerra no es una cosa que debamos ignorar.
Es cierto que para muchos políticos occidentales la cultura no pasa de ser algo que “viste bien”, sin embargo sobre ella hay lecturas menos complacientes que la crónica social que hace el cotidiano del Grupo PRISA. En su monumental investigación La CIA y la guerra fría cultural, la ensayista británica Frances Stonor Saunders relata cómo la agencia norteamericana llegó a la conclusión de que “la destrucción del mito comunista sólo se podría conseguir movilizando, en una campaña de persuasión, a aquellas figuras de izquierda que no eran comunistas”. Según Stonor Saunders, el resultado que esperaba la CIA de esta labor era que “el sujeto” se moviera ”en la dirección que uno quiere por razones que piensa son propias”.
Cercano colaborador y amigo de quien sería presidente del gobierno español, Felipe González, Javier Solana publicó -de cara a las elecciones de 1982- un folleto titulado 50 razones para decir no a la OTAN. Cuatro años después no encontrará una sola de aquellas razones que le impida promover fervientemente la entrada de España en la Alianza Atlántica. En 1995 (cinco meses antes de que el partido de González perdiera las elecciones), el autor del manifiesto antiatlantista es nombrado Secretario General de la OTAN, cargo que por cierto no menciona la reseña de El País, en cambio tan puntilloso en otros temas como los relacionados con Cuba. El diario madrileño tampoco dice que Solana es miembro del muy selecto Club Bilderberg, una especie de “gobierno mundial en las sombras” del que se habla poco en los grandes medios y que en junio de este año se reunió en España con un criterio mayoritario a favor de un ataque a Irán, como acaba de denunciar el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro.
Acerca del antiguo jefe de Solana, el comandante de los servicios de información franquistas (CESED) Manuel Paredes -citado por Alfredo Grimaldos en La CIA en España- anotaba en su agenda de trabajo: “Felipe González, el sevillano, parece apasionado pero es frío. Hay en él algo falso, engañador. No me ha parecido un hombre de ideales, sino de ambiciones”. Volviendo a Stonor Saunders, y a falta de un testimonio similar sobre el reincorporado patrón del museo del Prado, podemos preguntarnos por las “razones propias” de Javier Solana, que terminaron llevándolo a asumir la dirección de la Alianza Atlántica en 1995 con el imprescindible aval de Estados Unidos.
Hay un dato adicional, luego de graduarse como licenciado en Ciencias Físicas en 1964, Solana marchó en 1965 como becario Fulbright a Estados Unidos, donde permaneció en diversas universidades hasta 1970.Allí participó en las protestas contra la guerra de Vietnam y llegó a ser presidente de la Asociación de Universitarios Extranjeros. Las becas Fulbright son un programa administrado por el State Department y han sido señaladas como una cobertura de la CIA; quizás esto nos ayude a comprender de qué callada manera quien fuera un joven pacifista en tierras del imperio, y -según El País- un eterno enamorado de las artes, termina bombardeando la televisión yugoslava a nombre de Washington y confabulándose con los poderosos del planeta para desatar una nueva guerra de consecuencias imprevisibles. Demasiada sombra, diría Silvio Rodríguez…”para ser casual”, agregaría cualquier hijo de vecino.
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