La reciente secuencia de asesinatos de civiles por parte de las fuerzas de la OTAN en el ocupado Afganistán plantea varios interrogantes fundamentales: ¿Por qué las fuerzas aéreas y terrestres de EEUU y la OTAN matan a tantos civiles, tan persistentemente, durante períodos tan largos de tiempo y en regiones por todo el país? E¿Por qué la cifra de civiles asesinados no ha parado de crecer en el curso del conflicto? ¿Por qué los aviones de EEUU y la OTAN prosiguen bombardeando viviendas de civiles y reuniones locales y las tropas de tierra atacan indiscriminadamente hogares y talleres? ¿Por qué se pasan por alto todas las súplicas del colaborador de la OTAN, el presidente Karzai, para que desistan de bombardear hogares? Finalmente, sabiendo como saben que la matanza de civiles, de familias enteras, incluyendo niños, madres y ancianos les aliena de la población local y alimenta una extendida y profunda hostilidad, ¿por qué los ejércitos de EEUU y la OTAN se niegan a alterar sus tácticas y estrategia?
Explicaciones y excusas por la matanza de civiles:
Las disculpas por las matanzas de civiles perpetradas por la OTAN son tan abundantes como sus explicaciones carentes de sustancia. Los portavoces del Pentágono hablan de “accidentes”, “errores de guerra”, “daños colaterales”; los expertos de los medios culpan a los combatientes de la guerrilla de emprender combates en zonas habitadas por civiles; los académicos neoconservadores y sus colegas de los “think tank” culpan a los fundamentalistas islámicos de convertir a los aldeanos a su causa y “forzar” a la OTAN a matar civiles para así crear mártires y utilizar su muerte como dispositivo de reclutamiento.
Esas explicaciones tan claramente superficiales plantean más preguntas que respuestas y, en algunos casos, refutan sin querer las justificaciones de toda la guerra. El argumento del “error de guerra” plantea una pregunta más básica aún: ¿En qué tipo de guerra están implicados EEUU y la OTAN que constantemente se encuentran con que las “guerrillas” se “funden” con la población, mientras la ocupación destroza las puertas de las casas y percibe que todos y cada uno de los hogares puede ser un posible santuario, un puesto de avanzada de la resistencia? ¿Qué tipo de ejército utiliza aviones de combate y aviones no tripulados a elevadas altitudes dirigidos desde puestos de mando lejanos para atacar centros de población plagados de comercios, además de campos agrícolas y economías domésticas?
Evidentemente, solo un ejército que actúa en un entorno civil hostil va a asumir que tras cada puerta de cada hogar se aloja un “enemigo”; que cada familia está albergando a un combatiente; que es mejor “continuar disparando” a que te metan una bala en las tripas. Los “accidentes de guerra” no “se han producido solo” a lo largo de toda una década, afectando a todo un país. La matanza de civiles es uno de los resultados de una guerra de conquista imperial contra todo un pueblo que resiste la ocupación con todos los medios de que dispone según sus circunstancias.
Los pilotos y tropas terrestres reconocen que son una fuerza ajena hostil, cuya presencia dirigen desde arriba generales y políticos que operan con una especie de esquema abstracto de “terroristas vinculados con Al-Qaida” que no tiene nada que ver con la densa red de lazos personales de solidaridad sobre el terreno entre los combatientes de la resistencia y los civiles en Afganistán.
Trabajando a partir de esas categorías abstractas, los estrategas etiquetan los amplios recintos familiares como “escondites”; los encuentros familiares como “reuniones de terroristas”; las caravanas comerciales como “contrabando de la guerrilla”. Los conflictivos intereses de los políticos, generales, estrategas y oficiales militares del imperio, por un lado, y la resistencia y la población civil, por otra, escenifican una brecha enorme. Cuanto mayor sea la cifra de civiles/combatientes asesinados, más rápidos son los avances de los funcionarios imperiales, ávidos de promociones y valiosas pensiones, en su carrera.
El “éxito”, según el punto de vista mundial imperial, se mide, a nivel internacional, por la cifra de gobernantes clientelistas; a nivel nacional, por el número de banderas que se pinchan en los mapas de guerra indicando “ciudades seguras”; y a nivel local, por los recuentos de víctimas de las familias masacradas.
Sobre el terreno, entre los millones de seres que conforman los círculos íntimos familiares y los clanes, donde coexiste la pena con la ira, se desarrolla la resistencia en todas sus múltiples formas: Votos sagrados y promesas profanas de “luchar” contra los millones de humillaciones diarias que afectan tanto a jóvenes como a viejos, a esposos y a esposas, en hogares, mercados, carreteras y caminos. La mirada hostil de una madre protegiendo a un bebé de los soldados que irrumpen en un dormitorio dice tanto como el crepitar de la ametralladora de un francotirador escondido en una grieta de la montaña.
Una guerra contra un pueblo, no una guerra contra el terror
La matanza de civiles no es algo “accidental”. La razón fundamental de que maten a tantos civiles, cada día y en cada región desde hace una década, es porque no pueden distinguir a los civiles de los combatientes.
La imagen de los combatientes afganos como una especie de terrorista profesional ambulante que va arrojando bombas está completamente fuera de lugar. La mayor parte de los combatientes afganos tienen familia, cultivan los campos y cuidan rebaños; mantienen a sus familias y asisten a la mezquita; son “civiles a tiempo parcial” y combatientes a tiempo parcial.
Solo en las mentes esquemáticas de los “grandes estrategas de guerra” del Pentágono y de los cuarteles de la OTAN existen esas distinciones, un interesado autoengaño que es, en realidad, una escalera para trepar por la jerarquía político-militar. Cada escalón está dependiendo de que se emprenda una “guerra justa” para alcanzar el “exitoso” final.
Los combatientes-civiles son un fenómeno popular de masas. ¿De qué otra forma podemos explicar su capacidad para mantener una resistencia armada durante más de una década, avanzando de hecho con el paso del tiempo? ¿Cómo podemos explicar su éxito militar contra las fuerzas armadas y asesores de cuarenta países, incluyendo a EEUU, Europa y a toda una panda de mercenarios afro-asiático-latinoamericanos? ¿Cómo podemos explicar la creciente resistencia a pesar del sufrimiento de una ocupación militar que se apoya en los más avanzados instrumentos tecnológicos de guerra? ¿Cómo podemos explicar el flujo del apoyo popular a la guerra en el país del “Conquistador” y el creciente número de reclutas para la Resistencia? Los combatientes tienen la lealtad del pueblo afgano; no han tenido que gastar miles de millones en comprar las espurias “lealtades” de mercenarios que en cualquier momento pueden “volver sus armas del otro lado”.
Se bombardean las bodas porque los combatientes asisten a las bodas junto con cientos de familiares y amigos. Se bombardean los pueblos porque los campesinos cultivan las cosechas que contribuyen a alimentar a los resistentes. Los refugios civiles se convierten en santuarios militares. Afganistán está polarizado: el ejército estadounidense frente a un pueblo en armas. La política real del Pentágono y la OTAN, enfrentada a esta realidad, consiste en dominar y/o destruir.
Cada bomba que mata a docenas de civiles en la búsqueda de un francotirador profundiza el aislamiento y el descrédito del gobernante-títere. El presidente Karzai ha visto cómo su misión de construir una “base civil” que reconstruyera el país ha quedado totalmente desprestigiada. Sus quejas impotentes ante el mando de la OTAN para que cesen de bombardear objetivos civiles caen en oídos sordos; porque el mando de la OTAN sabe muy bien que “los civiles” son la “resistencia profunda”, la inmensa reserva de apoyo a los combatientes; sus ojos y oídos superan con mucho a los dispositivos electrónicos de inteligencia del Ocupante.
Al igual que Karzai no puede convencer a los civiles para que se vuelvan contra los combatientes, tampoco puede convencer a los ejércitos imperiales de que dejen de bombardear hogares y reuniones de civiles.
Washington sabe que con cada retirada, los combatientes de la resistencia, que surgen de todas partes, ocupan el territorio, las ciudades y los pueblos. Lo mejor que los políticos de EEUU y la OTAN pueden hacer es negociar una salida segura y ordenada. Lo máximo que pueden esperar es que sus colaboracionistas locales no deserten o escapen prematuramente al extranjero volcándole a la resistencia miles de millones de dólares en artillería.
Lo máximo que los colaboradores pueden esperar es asegurarse una ruta de escape, un visado, una cuenta en ultramar y una segunda vivienda confortable en el extranjero. Lo que está absolutamente claro es que EEUU, la OTAN y sus colaboradores no van a tener ningún papel que jugar en el nuevo estado independiente de Afganistán.
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