Puede comprenderse la preocupación del gobernante conservador británico, si de verdad se tratara sólo de prevenir que la propagación de los disturbios puedan llegar a dañar instalaciones destinadas a las Olimpiadas, lo que a su vez, sin dudas, no vería con buenos ojos la familia deportiva mundial que se viene preparando con ahínco y expectativas para la cita de lo más alto, más rápido y más fuerte. Pero las cosas no son tan deportivamente sencillas como para ceñirlas a esa temida y exagerada contrariedad. Se trata de un discurso que de la condena a perpetradores de violencia tácitamente se desliza hacia quienes sin hacer uso de ella han salido a protestar por las empeoradas condiciones de vida en una sociedad regida por los intereses del gran poder financiero. Ha dicho de los primeros ante el parlamento que no representan en ningún caso al país a sus jóvenes, pero por extensión fija una imagen igualmente adversa de quienes no encuentran otra vía que la manifestación callejera para expresar acumulados descontentos.
No es lo absoluto casual que medios europeos de gran alcance sigan idéntica pauta informática, sin establecer lindes ni diferencias, colocándolo a todos dentro de un mismo saco, y por supuesto silenciando a los verdaderos culpables de las crisis que golpean a Europa, y sus dramáticos efectos en las vidas de estudiantes, trabajadores y pensionados para los que ni siquiera se les siguiere algo que se parezca a una salida. A esto último debería dedicarse más empeño, en lugar de la violencia policía, si se quiere en realidad mejorar la imagen pre olímpica de Londres.
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