En el fondo de todo lo que llamamos kafkiano late la desesperación ante una realidad difusa y amenazante, la exasperación ante los muros impenetrables, pero inexistentes en apariencia, que sin embargo nos cercan y asfixian. Alguien se obstina en edificar esos muros: alguien pretende tejer en la sombra nuestro destino de una forma tan irrevocable como gratuita dando carácter universal a lo contingente y banal, incluso bajo pena de muerte en ocasiones. Alguien juega al ajedrez sobre el tablero del mundo.
Una partida de ajedrez sería trágica si las piezas fueran conscientes y se identificaran con el autor de sus movimientos y aun desconociendo sus intenciones se dejasen llevar al sacrificio.Las cambiantes leyes que rigen la vida de las colectividades humanas encuentra siempre una alarmante mayoría que las justifica e interioriza como legítimas por la única razón de que han sido dictadas por los autores de sus conciencias.
Se vive al dictado, esta es la terrible realidad, y en el tablero desmesurado del Planeta se observa hasta la exasperación el movimiento aparentemente autónomo de piezas conducidas por otros cuyas intenciones se desconocen pero que no son otras que controlar destinos, dar carácter universal a lo banal y contingente bajo pena de muerte en ocasiones y crear muros tan invisibles como infranqueables para que ninguna pieza quede fuera del juego o no acepte pertenecer a la partida.
¿Es el mundo un gran manicomio? Esta pregunta es pertinente. Sólo tenemos que observarnos a nosotros mismos y a la sociedad que nos toca vivir.¿Estamos realmente sanos, sin heridas emocionales, sin rencores, sin odios, sin problemas físicos? Cada uno sabe.Y en el mundo que hemos construido entre todos¿qué está realmente en orden? Sabemos de qué modo proliferan las guerras; inmensas cantidades de recursos humanos y materiales son empleados para destruirnos entre nosotros o para hacer planes de destrucción masiva; millones y millones de seres humanos son condenados a morir de hambre, sed o enfermedades curables por la injusta distribución de la riqueza mundial; los trabajadores son explotados y controlados física y mentalmente como nunca lo fueron; los parados crecen en la misma proporción que la robótica, el Sistema hace aguas por todas partes empobrecidos los países por los gastos militares, la injusta repartición de la riqueza social, los privilegios de los ricos y las iglesias y las evasiones a paraisos fiscales de la riqueza producida por los trabajadores mientras crece de modo alarmante la degeneración moral en todas partes..Pero los ciudadanos que llamamos normales, la mayoría de nuestros vecinos, compañeros, amigos, ¿reaccionan, o se dejan conducir?¿ Asumen convencidos el papel que se les da en la partida, y los movimientos que se le obliga a hacer por quienes dirigen el juego en el gran tablero de ajedrez planetario? Esta puede no ser una locura, pero sí síntoma de algún tipo de enajenación social.
¿Cómo habría de llamarse a una actitud generalizada de dejarse conducir? ¿Cómo habría de llamarse a esa otra enfermedad de la credulidad social consistente en dar por buenos los juicios y explicaciones de los jugadores de la partida de ajedrez mundial ( llámense ministros, obispos, papas, banqueros, o cualquiera de estas características) que cuando hablan de la realidad nos muestran sucedáneos hasta desfigurados; que cuando hablan de verdades nos muestran las que ellos necesitan que creamos.
Imaginemos un gran teatro.Imaginemos que por la urgencia de un desastre nos vemos obligados a penetrar en él y allí tiene lugar una función que curiosamente representa el desastre por el que nos vimos obligados a refugiarnos.Y acaparada nuestra atención por los acctores y lo que sucede en la escena llegamos a olvidarnos no sólo del verdadero desastre, sino que acabamos por creer que la realidad es la propia ficción. Cautivados por los actores, estos nos fabricaron una nueva realidad, nos harán creer en problemas que no existen, en dramas inaginarios, nos distraerán de mil modos para ocultar sus verdaderas intenciones: crearnos un mundo de ficción donde tengan cabida tan solo sus creaciones de las que ellos serán inventores y gendarmes para que nadie les haga sombra.Y serán tan hábiles y persuasivos como son los actores hasta el punto que una vez ganada nuestra voluntad si alguien despierto del público abriese una ventana para mostrar a los espectadores la realidad y gritar la verdad el mismo público acabaria por aniquilarle o lo entregaría a los actores para que ellos, dentro de su propia ficción- ya compartida por los asistentes- le hicieran justicia-así le llamarían- hasta acabar con el inoportuno realista.
Supongamos que este Planeta es ese teatro, que cada día se levanta el telón y la función cotidiana comienza.
Y esto no es ficción : muchos ya abrieron la ventana y sufrieron las consecuencias: Sócrates, Jesús, Gandhi y tantos otros.A todos un recuerdo amoroso por su rebeldía basada en el amor a la verdad y a los mismos que los asesinaron
¿Cuantas ventanas quedan aún por abrir?
5 de abril de 2010
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