EL ESCUALIDISMO PRETENDE en el campo intelectual convertirse en vocero de un sentimiento de desesperanza que, supuestamente, hay en la actualidad en la sociedad venezolana. Unas veces se hace eco ese sector del miedo que embargaría a los venezolanos. Otras de la decepción reinante. Otras de la frustración. Otras de la falta de opciones que se traduce en un presunto éxodo masivo. Casi se plantea algo así como el equivalente a una colectividad postrada ante la fatalidad, sin salidas, aplastada por la crueldad de un sistema implacable, excluyente, que condena a los venezolanos a la frustración más desalentadora.
UNA BUENA MUESTRA de esa actitud pesimista, sombría, atribuida a la sociedad venezolana, al pueblo, es el cuento que resultó premiado por El Nacional en su concurso número 65: Lorena llora a las tres. Su autor, Miguel Gomes, descendiente de portugueses, profesor en una universidad estadounidense. Según algunos comentarios sobre el referido cuento -para el gusto de este escribidor extremadamente farragoso, sin nada especial en su estructura narrativa-, se trata de “una impactante aproximación diagonal al deterioro y angustia de una sociedad que se derrumba”. O sea, como el cuento se desarrolla en Caracas hay que deducir que su trama tiene que ver con el conglomerado nacional. Con su estado de ánimo, no del autor que vive tranquilamente fuera del país, sino con el venezolano de a pie. Aquel que es escogido como emblema de la desolación colectiva.
EN LA LITERATURA se perdona cualquier licencia. Entre otras, la impostura. La sustitución caprichosa de la realidad. El reemplazo de una situación por otra, de personajes, de episodios. En el caso de Lorena llora a las tres está claro que se trata de una narración de ocasión. Hecha a la medida de una conveniencia: presentar la desilusión de una sociedad tal y como la conciben los propietarios del medio que auspicia el concurso y de un determinado sector del país.
UN SECTOR QUE, A PROPÓSITO, SE HA BENEFICIADO con largueza de la situación que impugna, que supuestamente lo conduce a la decepción, a la falta de futuro. Un sector que ha hecho buenos negocios. Que disfruta de libertad. Que ni siquiera ha perdido privilegios. Pero que anímicamente vive en la desolación. ¿Por qué motivo? Simplemente porque perdió el poder. El control que, prácticamente, tenía de todo.
ESTÁ BIEN QUE EL ESCRITOR ASUMA la posición que refleja el cuento premiado. Está en su derecho y cuestionarlo por ello sería un error. Pero al lector también le asiste el derecho a disentir. Ser la otra cara de la situación. Porque hay otro país distinto al decepcionado: el país que cree. Que no se siente defraudado. Que vive como ciudadano rescatado de la sordidez del pasado. Es decir, que ahora vive como ciudadano visible, concreto. Con acceso a lo que antes le estaba vedado, a la educación, a la salud, a la participación, a algo desconocido hasta ahora: sentirse igual a los otros. A los que siempre discriminaban. Incluso con el derecho a cuestionarlo todo, y no como antes que había que aceptarlo todo. Con el derecho, por ejemplo, a exclamar: “Este Gobierno puede ser malo, pero es mi Gobierno, ¡carajo!”.-
17 de agosto de 2010
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